El tercer domingo de noviembre es el día en que el mundo recuerda a sus víctimas en siniestros viales (*). Más allá que, lógicamente, es un día “institucional” (ya que deberíamos tenerlo presente en forma permanente), deberíamos detenernos a reflexionar sobre el concepto de “víctima”. La primera acepción del término (que tiene su origen en el vocablo latino vĭctima) hace referencia al ser vivo (persona o animal) destinado al sacrificio (paradogicamente algunos vinculan ese “sacrificio” al “progreso”). Este uso, de todas maneras, quedó relegado y actualmente la noción de víctima suele mencionar a la persona dañada por otro/s sujeto/s o por una fuerza mayor (los desastres naturales también generan víctimas. Estos son los casos de fuerza mayor, donde, en principio, no se puede hacer nada para evitar el daño. Sin embargo, siempre hay formas concretas de minimizar las consecuencias de una eventual catástrofe natural -inundaciones, sequías, erupción de un volcán, sismo-, aunque requieren de medios económicos y de voluntad política.).
Existen numerosas definiciones del término “víctima” desde el punto de vista que se lo considere (desde lo natural, lo social, lo jurídico, etc.).
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